Me precio de tener un bar donde por un euro te puedes comer un bocata de jamón de muerte con una buena caña. Entiendo que puede parecer algo caro, pero bueno para algo están los bancos. De manera que si el bueno de Alberto quiere tomarse su bocata lo único que tiene que hacer es ir al banco, pedir un préstamo y venirse a mi bar. Me paga mi euro, él se lleva su bocata, se lo come, me paga mi euro, y yo corro a depositar mi euro en el banco no sea que me lo roben. Como no hay mejor publicidad que el boca a boca, Alberto se lo dice a Braulio, Braulio a César, César a Damián y Damián a Enrique. (Vamos a pararnos ahí para no aburrir al personal). Hay que entender que en todos los casos se ha hecho la misma jugada: se pide un euro prestado, el mismo euro se ha depositado en el banco y, muy importante, el bocadillo se ha comido. En resumen, se han vendido cinco bocadillos y en el banco se han ingresado cinco euros pero tan solo había un euro real. Aquí tenemos el primer puntal de la economía moderna: el crédito. Hay que entender que cuando pedimos un crédito, lo que hacemos es traernos dinero del futuro, de manera que tenemos que ser conscientes que en el futuro no vamos a contar con ese dinero.
Naturalmente el chiringuito funcionará razonablemente mientras se den dos condiciones:
1. A mi no me dé por sacar de golpe mis cinco euros del banco.
2. Alberto, Braulio, César, Damián y Enrique puedan devolver el euro al banco.
Dado que la primera condición es consecuencia de la segunda, el banco se preocupaba muy mucho de la solvencia de Alberto et al.
Mientras las cosas funcionen así, no hay que nada que temer yo seguiré haciendo mis bocatas de jamón y la rueda del dinero seguirá rodando. Pero, ¿qué ha ocurrido en estos últimos años?. Pues para empezar que detrás de Enrique llegó Francisco, quien acuciado por el hambre, y aprovechando que tenía ahorrado 10 céntimos, decidió comprarle a Enrique su bocata por 1,10. Naturalmente todos, incluido yo, vimos la jugada. Germán, que espera su turno pacientemente detrás de Francisco, compró dos bocatas uno para él y otro para el impaciente que le seguía en la cola, pero claro, uno no es tonto y se dijo para que sea otro el que se gane los diez céntimos, me los gano yo, y subí el precio a 1,10. Heriberto, viendo la jugada, decidió comprar tres bocatas, para revenderlos a 1,25, y claro pues para que gane él, gano yo, y el precio subió a 1,25. La noticia corrió como un reguero de pólvora y César que aún no se había comido su bocata lo vendió por 1,35. Ahora todo el mundo estaba en el ajo. Para empezar el negocio era seguro: todos tenemos que comer, por lo tanto es imposible que los precios de los bocatas bajen. Los bancos empezaron a ver el negocio. Ya no trataba de verificar la solvencia del que compraba el bocata, si no del bocata en sí. Al fin y al cabo si no podía devolver el dinero, el banco le embarga el bocata y lo vendía por un valor mayor que el del préstamo.
Aquí estoy omitiendo un pequeño detalle. Cuando hacía los bocatas para ser comidos, procuraba que sus ingredientes fueran de la mejor calidad ya que eso era la garantía de mi éxito. Pero al comprobar que mis bocatas solo pasaban de una mano a otra, sin ser probados, dejé de preocuparme por la calidad de la materia prima. Total, ¿para qué? si nadie se los iba a comer. Menos coste y mayor beneficio para mi menda.
Y así llegamos a una situación donde Aurelio tiene cinco bocatas; Braulio, cuatro; César, siete; Damián, seis y Enrique, ocho. También está Ignacio, quien no tenía crédito para comprarse el bocata cuando solo costaba un euro, pero que ahora, milagrosamente, ha conseguido que el banco le financie la compra de dos, a tres euros cada uno. También está Jacinta, quien tenía su bocata de cuando era joven y solo costaban 30 céntimos. Decidió avalar a sus dos hijos con el suyo. Curiosamente tampoco ninguno de ellos tenía crédito para comprarse el bocata, pero como ahora todo el mundo se estaba comprando uno, ellos no iban a ser menos. Además se lo compraron con tomate, cuatro de euros de nada. Pero bueno, como ella decía:
- Y si no pueden pagarlo, seguro que lo venden por más de lo que les ha costado. O si no lo alquilan, y con lo que sacan de alquilarlo pagan la letra del bocadillo. Y en el peor de los casos, que se lo lleven al banco y que el banco se las apañe.
Llegado a este punto alguien debería haberle dicho que mirase en el diccionario que significaba la palabra avalista.
En resumen: hay un único euro real circulando y no se sabe cuantos euros a crédito. Pero claro esos euros a crédito hay que devolverlos…
Volviendo con Aurelio et al. Por si a alguien se le había olvidado su solvencia era de un euro, pero ahora, de media, tienen que devolver seis. Como no pueden pagarlos, el banco comienza a acaparar bocatas, y la gente se indigna porque los bancos están quitando los bocatas a la gente y la gente no tiene que comer.
Gente que se había comprado unos bocatas que sabía de sobra que no podía pagar. Gente que aprovechando que le daban más que lo que costaba el bocata, se compraba el tabaco y se sacaba un par de entradas para el cine, con sus correspondientes palomitas. Gente que presumía de lo lista que era porque se había comprado un bocata a dos euros y que cuando quisiera lo podía vender por cuatro. Gente que no era, o no quería ser consciente, de que los bocatas son para ser comidos y que con uno que te comas tienes bastante para todo el día y no para especular con ellos, porque con las cosas de comer no se juega.
¿Y que ha sido de mí? Bueno, pues alentado por las perspectivas, y dado que siempre he sido un hombre con una gran visión de futuro, decidí que no podía quedarme solo con el bar. Así que me fui al banco con intención de montar una cadena. Pedí un préstamo de solo 1000 euros avalado, como es lógico, por la propia cadena. Naturalmente, Aurelio et al, al deber seis euros tienen un problema con el banco, pero en mi caso el problema lo tiene el banco.
(Continuará)
1 comentario:
La economía siempre es para tontos, para tontos muy listos, al menos lo que se vende como economía por ahí (Ota cosa es la Ciencia Lúgubre)
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