miércoles, 9 de noviembre de 2011

Apostillas al Sistema D'Hondt

El reparto de escaños según el sistema D'Hondt obedece al deseo de los gobernantes de favorecer a los partidos mayoritarios y a las coaliciones en detrimento de los minoritarios para evitar una excesiva atomización del Parlamento.

Como en la legislación española hay un umbral de votos, que varía del 3% al 6% de los votos válidos según sean elecciones locales, autonómicas o nacionales y también en función de cada Comunidad, a todos los efectos el voto nulo cuenta lo mismo que la abstención: nada.

En cambio el voto en blanco, al contabilizar como voto válido, tiene como efecto aumentar el número mínimo de votos necesarios para que las candidaturas minoritarias entren el reparto de escaños. Por ejemplo si hay 100000 votos a partidos políticos y 200000 en blanco, entonces el número mínimo de votos necesarios para entrar en el reparto de escaños sería, supuesto un umbral del 3%:

0,03 x (100000 + 200000) = 9000

pero si los votos en blanco se convierten en nulos o abstenciones entonces, el número mínimo pasa a ser de:

0,03 x 100000 = 3000

Otro problema es la interpretación que se dé a cada una de estas opciones. Los que saben de esto, tradicionalmente han asociado la abstención al conformismo. De hecho, los mayores porcentajes de participación se han dado cuando pintaban bastos. El voto en blanco al deseo de mostrar el acuerdo con el sistema, pero sin tener preferencias por alguno de los participantes y el voto nulo por el cabreo hacia el mundo mundial, aunque también aquí hay que incluir los errores de los votantes. De todas formas conviene tener presente que las anteriores no dejan de ser meras opiniones.

En cualquier caso, reitero que cuando se trabajan con datos reales la influencia de elegir una opción u otra es mínima por no decir nula, y como bien decía Lansky: la ley D'Hondt no es el problema esencial.

4 comentarios:

Vanbrugh dijo...

La mal llamada Ley de D'Hondt -mucho mejor el sistema de D'Hondt, aunque solo sea para que deje de asimilársele a la Ley Electoral, y de achacársele, en consecuencia, culpas que son de esta última, y no suyas- no es más que un mecanismo matemático para procurar que el reparto de escaños sea lo más proporcional posible al de votos. Es un fin irreprochable, hasta loable -nada más deseable que que el porcentaje de escaños que se adjudique a cada partido se parezca todo lo posible al de votos que ha obtenido- y D'Hondt, que era un honrado y competente matemático, lo procura, y casi siempre lo consigue, con notable eficacia.

Los efectos perversos de la Ley -esta sí, Ley- Electoral NO se derivan de nada que inventara D'Hondt, sino de disposiciones ajenas por completo a este probo apellido: tales como que el número de escaños que corresponde a cada circunscripción no sea proporcional al de su población, ni al de su número de electores -y que dificilmente pueda serlo, porque para que mínimamente se acercara a serlo Barcelona tendría que tener cuarenta veces más diputados que Teruel, por ejemplo; y el Congreso cosa de mil o mil quinientos escaños- o como que se fije un umbral mínimo de votos, el 3 o el 5 %, para acceder al reparto de escaños.

Sin embargo estas y cualesquiera otras disposiciones electorales que por algún motivo disgusten a cualquier analista de nuestra democracia, son sistemáticamente agrupadas, analizadas y anatematizadas bajo la etiqueta genérica de Ley de D'Hondt -sospecho a veces que el fenómeno no es del todo ajeno a la bonita sonoridad del apellido y a la satisfacción que a algunos periodistas de hace treinta y cinco años les procuró la comprobación de que eran capaces de aprendérselo- cuando lo cierto es que, de todas las regulaciones del sistema electoral español, la parte que legítimamente puede llevar el nombre del sufrido matemático es, probablemente, la única que funciona bien y cumple eficazmente un papel útil.

En fin, ya no parece tener remedio: por culpa de lo bien que suena y de poder ser considerado, como la Electoral, una Ley -y consecuentemente, de tender a ser nebulosamente confundido con ella- al sistema de D'Hondt, me temo mucho, ya no hay quien le salve, a pesar de su inocencia y de su eficacia, de ser universalmente considerado como el culpable directo de nuestras aberraciones electorales. Es lo que se llama mala suerte onomástica.

Lansky dijo...

Reitero lo que dije en mi comentario al post anterior y me adhiero a lo que comenta supra Vanbrugh en este

Numeros dijo...

Y yo me sumo a lo dicho por ambos. Prometo que la próxima vez hablaré del sistema de D'Hont.

Alberto dijo...

Amen Vanbrugh... yo hoy me he cansado ya de corregir a gente que le echa al pobre D´Hondt todas las culpas de la democracia y hasta la muerte de Manolete. Cuanto nos cuesta informarnos, incluso a los que nos informamos...